30 abr 2011

Lamento de Odiseo



Hay pasajes que tras leerlos no logran llamar tu atención, pero hay otros en cambio, que consiguen marcarte.
Alrededor del s.VIII a.C, un tal Homero, del que casi nada se sabe hoy, escribió esto, el viaje de Odiseo al Hades en busca de respuestas, pero allí se encontró a su madre, la cual seguía viva antes de partir hacia Troya 20 años antes.
Madre mia, preciso me fue descender hasta el Hades a tratar con el alma del cadmio Tiresias: de cierto que a las costas de Acaya no más me acerqué ni he pisado nuera tierra de nuevo, alejado en dolor desde el día que escolté a Agamenon, el divino, con rumbo hacia Troya, la de los buenos caballos, dispuesto a luchar con los teucros. Pero ahora pon mente a mi ruego y explica esto otro: ¿ qué destino te vino a abatir en la muerte penosa? ¿ Una larga dolencia? ¿ O bien la saetera Artemisa te mató disparando sus flechas suaves? Mas dime de mi padre y el hijo que allí dejé: ¿ por ventura en mi puesto de honor se mantiene aún o ha pasado a algún otro de allá sin que nadie ya piense en mi vuelta? De mi esposa refiere también: ¿ que proyecta, que hace? ¿Sigue al lado del niño guardándolo todo fielmente o casó con algún hombre aqueo mejor que los otros?
Dije así y al momento repuso la reina, mi madre:
Bien de cierto que allí se conserva con alma paciente sin salir de casa: entre duelos se pasan sus noches y entre duelos sus días, con lágrimas siempre. Ninguno te ha quitado hasta ahora tu reino glorioso: tranquilo las haciendas gobierna Telémaco y tiene su parte en los buenos banquetes cual cumple a quien falla justicias, pues se ve agasajado por todos. Tu padre, entretanto, en el campo se está, nunca baja al poblado. Sus lechos no son catres ni mantas ni colchas de telas brillantes: en invierno su cama es la misma en que duermen los siervos, la ceniza al amor del ogar con sus pobres vestidos; mas, llegada la buena estación y la rica otoñada, cuando, al halda del monte en que tiene el viñedo, las hojas al caer van formando por sus rústicos lechos, allá vase a dormir con su pena. Su angustia se acrece añorándote a ti, pues la dura vejez se le acerca.
Esta ha sido mi muerte también, tal cumplí mi destino: no acabó mi existencia en palacio la gran flechadora, la de tiro infalible, lanzando sus blandas saetas, ni cayó sobre mí enfermedad como aquellas que suelen, en fatal consunción, arrancar de los miembros el alma; no, mi Ulises, mi luz, fue mi pena por ti, fue el recuerdo, fue tu misma bondad quien dio muerte a mi gozo y mi vida”

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