19 ago 2011

Hallado en Cástulo un mosaico de un templo imperial romano


Las excavaciones que se realizan en el foro romano de Cástulo, en Linares (Jaén), han sacado a la luz un mosaico en un excelente estado de conservación y que podría proceder de un templo imperial asentado en el considerado oppidum o ciudad fortificada más extensa de la Península. El mosaico, del siglo II de nuestra era, está decorado con elementos geométricos y se encuentra dentro de dos habitaciones con estucos en las paredes. "Parece un mosaico recién puesto por su perfecto estado de conservación", indicó el arqueólogo Marcelo Castro, director de estas excavaciones en las que trabajan numerosos voluntarios y estudiantes universitarios.

La estructura del edificio en el que se ha localizado el mosaico hace pensar a los arqueólogos que su origen podría ser el de un templo imperial romano, aunque todavía no existen datos sobre a quién estaría dedicado ese templo. "Son excavaciones que nos están sorprendiendo por la información que están arrojando", indicó Marcelo Castro. Los trabajos, que forman parte del Proyecto de Investigación Forum MMX, van a continuar hasta octubre, y a partir de noviembre se iniciará la protección de los restos. El yacimiento de Cástulo fue catalogado el pasado 26 de julio por la Junta como conjunto arqueológico e institución del Patrimonio Histórico Andaluz con gestión diferenciada, lo que supone equipararlo con sitios tan importantes como Medina Azahara o Baelo Claudia. 

El oppidum de Cástulo, capital de la Oretania, situada en el área norte de la provincia de Jaén, fue escenario de la Segunda Guerra Púnica que enfrentó a cartagineses con romanos. También fue una de las pocas ciudades que acuñaron su propia moneda desde finales del siglo III antes de Cristo.

Una cloaca de Bílbilis con más de 2.000 años



Bílbilis tuvo una gran cloaca con la que evacuar las aguas sucias de sus casas, de sus edificios públicos y de sus calles. Un gran colector que los arqueólogos han localizado y han sacado a la luz, situada debajo de lo que fue el monumental teatro de la ciudad y que era el desagüe de Bílbilis hacia el Jalón, aprovechando el desnivel de la ladera en la que se asentó esta ciudad fundada por los romanos sobre otra anterior ocupada por los celtíberos.
Bílbilis, donde nació y murió el poeta clásico Marco Valerio Marcial, incorpora de esta forma su cloaca a los puntos de interés arqueológico que se han ido poniendo en valor durante las últimas décadas. Según los responsables de las excavaciones, destaca la "espectacularidad" de este gran desagüe urbano. Afirman que la cloaca, "una vez excavada y consolidada", se convertirá en "uno de los principales putnos de atracción y visita del yacimiento".
Este colector de grandes dimensiones tiene dos metros de altura y uno de ancho en su zona inferior. Está retallado en la roca natural y actuaba como el gran desagüe de la ciudad, adaptándose a las irregularidades del terreno.
La cloaca ha sido precisamente uno de los enclaves de Bílbilis en los que se ha centrado este año la campaña veraniega de excavaciones, dirigida por Manuel Martín Bueno y Carlos Sáenz Preciado, profesores de la Universidad de Zaragoza Manuel Martín Bueno.
Durante estas excavaciones estivales, también se han localizado, entre otros restos, un fragmento de inscripción en piedra con las letras DEC (alusivo a los decuriones, la corporación municipal de la época); fragmentos escultóricos y de un horno de cal que confirma que las esculturas y piedras de edificios monumentales se aprovecharon después para picarlas y fabricar cal; y una moneda, un as de Claudio I, supuestamente procedente de una ceca "consentida", aunque ilegal, que habría tenido Bílbilis después de que, a mediados del siglo II antes de Cristo, Roma decidiera cerrar las cecas de toda Hispania.

15 ago 2011

De Príamo el suplicante


Tiempo después de los Juegos Fúnebres en honor a Patroclo, en medio de una noche oscura, un anciano se desplazaba con sumo cuidado y pericia a través del campamento de los griegos. Se trataba del viejo rey Príamo. Éste se hallaba cerca de la tienda del Peleida Aquiles y con ligereza se adentró en ella buscando la benevolencia del asesino de su amado hijo. Y con estas palabras habló el anciano:

"¡Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejante a los dioses,
que tiene mi misma edad y está en el funesto umbral de la vejez!
También a él los vecinos que habitan alrededor sin duda lo
atormentan, y no hay quien aparte de él la ruina y el estrago.
Sin embrago, aquél, mientras sigue oyendo que tú estás vivo,
se alegra en el ánimo y espera cada día
ver a su querido hijo que vuelve de Troya.
Pero mi desdicha es completa: he engendrado los mejores hijos
en la ancha Troya, y de ellos afirmo que ninguno me queda.
Cincuenta tenía cuando llegaron los hijos de los aqueos:
diecinueve me habían nacido de un mismo vientre,
y otras mujeres habían alumbrado en el palacio a los demás.
A la mayoría el impetuoso Ares les ha doblado las rodillas,
y el único que me quedaba y protegía la ciudad y a sus habitantes
hace poco lo has matado cuando luchaba en defensa de su patria,
Héctor. Por él he venido ahora a las naves de los aqueos,
para rescatarlo de tu poder, y te traigo inmensos rescates.
Respeta a los dioses, Aquiles, y ten compasión de mí
por la memoria de tu padre. Yo soy aún más digno de piedad
y he osado hacer lo que ningún terrestre mortal hasta ahora:
acercar a mi boca la mano del asesino de mi hijo."

Habiendo dicho tal cosa, Aquiles ayudó a incorporarse al anciano. El rescate acordado fue el peso de Héctor en oro. En consecuencia los griegos colocaron una balanza fuera de las murallas de la ciudad, pusieron el cadáver en un platillo e invitaron a los troyanos a amontonar oro en el otro. Cuando el tesoro de Príamo quedó limpio de lingotes y joyas y el gran cuerpo de Héctor todavía pesaba más en su platillo, Políxena, que observaba desde la muralla, arrojó sus brazaletes para aportar el peso que faltaba. Lleno de admiración, Aquiles le dijo al rey Príamo que de buena gana cambiaría el cadáver de Héctor por Políxena; si éste la casaba con él, Aquiles se comprometía a hacer la paz entre los troyanos y los aqueos.

Una vez que Príamo se hizo con el cadáver de su amado hijo, dispuso que se celebrara el funeral conforme a la costumbre troyana. Tan grande fue el bullicio que se produjo en los funerales de Héctor, ya por los lamentos de los troyanos, y los griegos tratando de hacer que no se oyeran sus cantos fúnebres con gritos y silbidos, que las aves que volaban sobre ellos caían aturdidas por el ruido.


14 ago 2011

De la muerte de Héctor



Tras la terrible noticia de la muerte de Patroclo, Tetis se introdujo en la tienda de su hijo llevando consigo una nueva armadura, que incluía un par de valiosas grebas forjadas a toda prisa por Hefesto. Aquiles se puso la armadura, hizo la paz con Agamenón y salió para vengar a Patroclo. Nadie podía enfrentarse a su ira. Los troyanos se desbandaron y huyeron al Escamandro, donde los dividió en dos cuerpos, empujando a uno de ellos a través de la llanura hacia la ciudad y acorralando al otro en un recodo del río. El dios fluvial, furioso, se lanzó contra él, pero Hefesto se puso de parte de Aquiles y secó las aguas con una llama abrasadora. Los supervivientes troyanos volvieron a la ciudad como una manada de ciervos asustados.

Cuando Aquiles se encontró por fin con Héctor y le obligó a librar un combate cuerpo a cuerpo, los ejércitos de ambas partes retrocedieron y se quedaron observando asombrados. Héctor se volvió y echó a correr alrededor de las murallas de la ciudad. Con esa maniobra esperaba cansar a Aquiles, que había estado mucho tiempo inactivo y por tanto creía que enseguida se quedaría sin aliento. Pero se equivocó. Aquiles le persiguió tres veces alrededor de las murallas, y siempre que trataba de refugiarse en una puerta, contando con la ayuda de sus hermanos,  le salía al paso y se lo impedía. Por fin Héctor se detuvo y le hizo frente, y entonces Aquiles le atravesó el pecho y rechazó su súplica de moribundo de permitir que rescataran su cadáver para enterrarlo. Después de apoderarse de la armadura, Aquiles le cortó la carne que rodeaba los tendones de los talones. Luego pasó unas tiras de cuero por los cortes, las ató a su carro y, fustigando a los caballos Balio, Janto y Pedaso, arrastró el cuerpo de Héctor tres veces alrededor de las murallas de la ciudad, a la vista de todos. La cabeza de Héctor, con sus cabellos negros cayendo a ambos lados, levantaba una nube de polvo a su paso.

Cuando llegó al campamento, enterró a Patroclo. Cinco príncipes griegos fueron enviados al monte Ida en busca de madera para la pira funeraria, en la cual Aquiles sacrificó no sólo a los caballos, sino también doce nobles cautivos troyanos, entre los cuales había varios hijos de Priamo, a los que degolló. Incluso amenazó con arrojar el cadáver de Héctor a los perros, pero Afrodita se lo impidió. Después, se declararon diez días de Juegos Fúnebres en honor al difunto Patroclo.



Pero, todavía consumido por el dolor, Aquiles se levantaba todos los días al amanecer para arrastrar tres veces el cadáver de Héctor alrededor de la tumba de Patroclo.

13 ago 2011

De la Ira de Aquiles


Poco tiempo después de reunirse en Áulide, los griegos partieron ofendidos de Ténedos y anclaron sus naves a la vista de Troya. Debió ser una visión aterradora la que tuvieron los troyanos al ver acercarse a sus costas las más de mil naves. Inmediatamente, los teucros corrieron en tropel a la orilla del mar y trataron de rechazar a los invasores con una lluvia de piedras y flechas. Tras tomar la costa y rechazar el ataque troyano, los griegos hicieron de la playa su baluarte. Y así fue como griegos y troyanos entablaron batalla durante nueve años.

Llegó el noveno invierno, y como nunca ha sido una buena estación para la lucha entre naciones civilizadas, los griegos lo pasaron ampliando el campamento y practicando con la ballesta. A veces se encontraban con nobles troyanos en el templo de Apolo Timbre, que era territorio neutral. Y en esta estación todo estaba más o menos en calma.

Después llegó la novena primavera y con ella se reanudaron las batallas. Y es ahora cuando comienza la historia que todos nosotros conocemos. 

Al campamento griego llegó Crises, sacerdote de Apolo, reclamando a su hija Criseida, quien había sido raptada por los aqueos en una escaramuza. Zeus convenció a Agamenón para que despachara al anciano con palabras de oprobio; y Apolo, invocado por Crises, se apostó vengativamente cerca de las naves y se dedicó a arrojar flechas mortales contra los griegos un día tras otro. Centenares de ellos murieron, aunque por fortuna para los aqueos no sufrieron ni los reyes ni los príncipes, y el décimo día Calcante dio a conocer la presencia del dios. A petición suya, Agamenón devolvió de mala gana Criseida a su padre con regalos propiciatorios, pero se resarció de esa pérdida quitando Briseida a Aquiles, a quien ésta había sido asignada como botín de guerra. En vista de ello, Aquiles, furioso, anunció que no volvería a tomar parte en la batalla contra Troya.

Cuando los troyanos se dieron cuenta de que Aquiles y sus mirmidones se habían retirado del campo de batalla, se envalentonaron e hicieron una impetuosa salida. Agamenón, alarmado, concedió una tregua durante la cual Paris y Menelao debían librar un duelo por la posesión de Helena y el tesoro robado. Sin embargo, el duelo resultó indeciso, pues cuando Afrodita vio que Paris estaba siendo derrotado lo envolvió en una niebla mágica y lo llevó de vuelta a Troya. Hera envió entonces a Atenea para que rompiera la tregua haciendo que Pándaro, hijo de Licaón, disparase una flecha a Menelao, cosa que ella hizo; al mismo tiempo que incitó a Diomedes a matar a Pándaro y herir a Eneas y a su madre Afrodita.

Héctor desafió a Aquiles a un combate cuerpo a cuerpo, y cuando éste contestó que se había retirado de la guerra, los griegos eligieron a Áyax el Grande como su sustituto. Los dos paladines lucharon sin pausa hasta la caída de la noche, y fue entonces cuando los heraldos los separaron y cada uno de ellos elogió el valor y la habilidad del otro. Áyax dio a Héctor el brillante tahalí de púrpura que más tarde lo llevó a la muerte; y Héctor regaló a Áyax la espada tachonada en plata con la que más tarde se suicidaría.

Se acordó un armisticio y los griegos erigieron un largo túmulo sobre sus muertos y lo coronaron con una pared detrás de la cual excavaron una trinchera profunda y empalizada. Pero se habían olvidado de apaciguar a los dioses que apoyaron a los troyanos, y cuando se reanudó la lucha fueron rechazados y obligados a cruzar la trinchera y guardarse detrás de la pared. Esa noche los troyanos acamparon cerca de las naves griegas.

Desesperado, Agamenón envió a Fénix, Áyax, Odiseo y dos heraldos para que aplacaran a Aquiles, ofreciéndole innumerables regalos y la devolución de Briseida si volvía a luchar de nuevo. Aquiles recibió a los delegados con una sonrisa afable y anunció que zarpaba de vuelta a su casa a la mañana siguiente.

Pero esa misma noche, cuando la luna estaba alta, Odiseo y Diomedes, estimulados por un auspicio favorable de Atenea, decidieron hacer una incursión en las líneas troyanas. Y provocaron así una lucha feroz en la que resultaron heridos Agamenón, Diomedes, Odiseo, Eurípilo y Macaón, el cirujano. Los griegos huyeron una vez entrada la mañana y Héctor abrió brecha en su muralla. Animado por Apolo, avanzó hacia las naves y, a pesar de la ayuda de Poseidón, cruzó la línea griega. Incluso Áyax el Grande se vio obligado a ceder terreno; y Aquiles cuando vio que salían llamas de la popa de una nave incendiada por los troyanos, olvidó su rencor, reunió a sus mirmidones y corrió con ellos en ayuda de Patroclo, quien había arrojado una lanza a la masa de troyanos reunidos alrededor de la nave de Protesilao. Zeus dejó que Patroclo persiguiera a todo el ejército troyano hacia la ciudad, siendo Héctor el primero en retirarse, gravemente herido por Áyax.

Y mientras los griegos se reagrupaban, Patroclo perseguía a los vencidos, y habría tomado Troya él solo si Apolo no se hubiera apresurado a subir la muralla. La lucha continuó hasta el anochecer, cuando Apolo, envuelto en densa niebla, se acercó por detrás de Patroclo y le asestó un contundente golpe entre los omóplatos. A Patroclo le saltaron los ojos de la cabeza, su yelmo cayó, su lanza se rompió en pedazos, su escudo cayó a tierra, y Apolo le desató el peto severamente. Y cuando Patroclo se alejaba tambaleándose, Héctor, que acababa de volver de la batalla, lo mató de un sólo golpe.

Cuando Aquiles se enteró, se revolcó en el polvo y se entregó a un arrebato de dolor.