Poco tiempo después de reunirse en Áulide, los griegos partieron ofendidos de Ténedos y anclaron sus naves a la vista de Troya. Debió ser una visión aterradora la que tuvieron los troyanos al ver acercarse a sus costas las más de mil naves. Inmediatamente, los teucros corrieron en tropel a la orilla del mar y trataron de rechazar a los invasores con una lluvia de piedras y flechas. Tras tomar la costa y rechazar el ataque troyano, los griegos hicieron de la playa su baluarte. Y así fue como griegos y troyanos entablaron batalla durante nueve años.
Llegó el noveno invierno, y como nunca ha sido una buena estación para la lucha entre naciones civilizadas, los griegos lo pasaron ampliando el campamento y practicando con la ballesta. A veces se encontraban con nobles troyanos en el templo de Apolo Timbre, que era territorio neutral. Y en esta estación todo estaba más o menos en calma.
Después llegó la novena primavera y con ella se reanudaron las batallas. Y es ahora cuando comienza la historia que todos nosotros conocemos.
Al campamento griego llegó Crises, sacerdote de Apolo, reclamando a su hija Criseida, quien había sido raptada por los aqueos en una escaramuza. Zeus convenció a Agamenón para que despachara al anciano con palabras de oprobio; y Apolo, invocado por Crises, se apostó vengativamente cerca de las naves y se dedicó a arrojar flechas mortales contra los griegos un día tras otro. Centenares de ellos murieron, aunque por fortuna para los aqueos no sufrieron ni los reyes ni los príncipes, y el décimo día Calcante dio a conocer la presencia del dios. A petición suya, Agamenón devolvió de mala gana Criseida a su padre con regalos propiciatorios, pero se resarció de esa pérdida quitando Briseida a Aquiles, a quien ésta había sido asignada como botín de guerra. En vista de ello, Aquiles, furioso, anunció que no volvería a tomar parte en la batalla contra Troya.
Cuando los troyanos se dieron cuenta de que Aquiles y sus mirmidones se habían retirado del campo de batalla, se envalentonaron e hicieron una impetuosa salida. Agamenón, alarmado, concedió una tregua durante la cual Paris y Menelao debían librar un duelo por la posesión de Helena y el tesoro robado. Sin embargo, el duelo resultó indeciso, pues cuando Afrodita vio que Paris estaba siendo derrotado lo envolvió en una niebla mágica y lo llevó de vuelta a Troya. Hera envió entonces a Atenea para que rompiera la tregua haciendo que Pándaro, hijo de Licaón, disparase una flecha a Menelao, cosa que ella hizo; al mismo tiempo que incitó a Diomedes a matar a Pándaro y herir a Eneas y a su madre Afrodita.
Héctor desafió a Aquiles a un combate cuerpo a cuerpo, y cuando éste contestó que se había retirado de la guerra, los griegos eligieron a Áyax el Grande como su sustituto. Los dos paladines lucharon sin pausa hasta la caída de la noche, y fue entonces cuando los heraldos los separaron y cada uno de ellos elogió el valor y la habilidad del otro. Áyax dio a Héctor el brillante tahalí de púrpura que más tarde lo llevó a la muerte; y Héctor regaló a Áyax la espada tachonada en plata con la que más tarde se suicidaría.
Se acordó un armisticio y los griegos erigieron un largo túmulo sobre sus muertos y lo coronaron con una pared detrás de la cual excavaron una trinchera profunda y empalizada. Pero se habían olvidado de apaciguar a los dioses que apoyaron a los troyanos, y cuando se reanudó la lucha fueron rechazados y obligados a cruzar la trinchera y guardarse detrás de la pared. Esa noche los troyanos acamparon cerca de las naves griegas.
Desesperado, Agamenón envió a Fénix, Áyax, Odiseo y dos heraldos para que aplacaran a Aquiles, ofreciéndole innumerables regalos y la devolución de Briseida si volvía a luchar de nuevo. Aquiles recibió a los delegados con una sonrisa afable y anunció que zarpaba de vuelta a su casa a la mañana siguiente.
Pero esa misma noche, cuando la luna estaba alta, Odiseo y Diomedes, estimulados por un auspicio favorable de Atenea, decidieron hacer una incursión en las líneas troyanas. Y provocaron así una lucha feroz en la que resultaron heridos Agamenón, Diomedes, Odiseo, Eurípilo y Macaón, el cirujano. Los griegos huyeron una vez entrada la mañana y Héctor abrió brecha en su muralla. Animado por Apolo, avanzó hacia las naves y, a pesar de la ayuda de Poseidón, cruzó la línea griega. Incluso Áyax el Grande se vio obligado a ceder terreno; y Aquiles cuando vio que salían llamas de la popa de una nave incendiada por los troyanos, olvidó su rencor, reunió a sus mirmidones y corrió con ellos en ayuda de Patroclo, quien había arrojado una lanza a la masa de troyanos reunidos alrededor de la nave de Protesilao. Zeus dejó que Patroclo persiguiera a todo el ejército troyano hacia la ciudad, siendo Héctor el primero en retirarse, gravemente herido por Áyax.
Y mientras los griegos se reagrupaban, Patroclo perseguía a los vencidos, y habría tomado Troya él solo si Apolo no se hubiera apresurado a subir la muralla. La lucha continuó hasta el anochecer, cuando Apolo, envuelto en densa niebla, se acercó por detrás de Patroclo y le asestó un contundente golpe entre los omóplatos. A Patroclo le saltaron los ojos de la cabeza, su yelmo cayó, su lanza se rompió en pedazos, su escudo cayó a tierra, y Apolo le desató el peto severamente. Y cuando Patroclo se alejaba tambaleándose, Héctor, que acababa de volver de la batalla, lo mató de un sólo golpe.
Cuando Aquiles se enteró, se revolcó en el polvo y se entregó a un arrebato de dolor.
Todos los A-Quiles somos muy dados al drama y la tragedia!lol
ResponderEliminarMélange Mélange des Dieux!Cela ne fait jamais du bien!