Aunque Antínoo es en realidad un personaje bastante poco conocido, su significado actual no depende tanto de los acontecimientos de su vida como de su enaltecimiento posterior, del que han llegado numerosos testimonios hasta nuestros días. Ya en la Antigüedad, los pocos datos auténticos acerca de su vida se mezclaron con leyendas. La fascinación que hasta hoy ejerce Antínoo se basa, fundamentalmente, en su relación con el emperador Adriano y en las numerosas obras de arte que fueron creadas en memoria suya. La personalidad que subyace a los escasos datos y las obras de arte no ha podido ser reconstruida mediante la investigación histórica.
Se sabe con certeza que Antínoo nació en Bitinio-Claudiópolis, ciudad de la región de Bitinia, en el noroeste de Asia Menor, entre los años 110 y 115. En uno de sus viajes, Adriano, el emperador quedó impresionado por el bello adolescente. En la actualidad no puede precisarse si el primer encuentro entre los dos se produjo ya durante la primera estancia de Adriano en Bitinia, en 121, o en 124. Desde el momento de su encuentro, y hasta su muerte, Antínoo acompañó al emperador en todos sus viajes.
Durante toda su vida, Adriano aspiró al ideal de vida griego. Según la visión que del mismo tenían los romanos, de este ideal de vida formaba parte el hecho de ir con efebos, en la cual el hombre adoptaba el papel de mentor del adolescente en todos los aspectos de la vida. La tradición cristiana y la interpretación moderna de la “pederastia” la reducen generalmente a su componente sexual, ignorando las muestras de amor. Por otro lado, se sabe que el emperador estaba descontento de su matrimonio con su esposa Vibia Sabina.
Sobre la naturaleza precisa de las relaciones entre Antínoo y Adriano la información es muy escasa. El poeta Páncrates de Alejandría, contemporáneo de Adriano, hace referencia a un hecho que tuvo lugar en el desierto de Libia. Según este autor, Adriano dio muerte a un león con una jabalina poco antes de que atacase a Antínoo. En el lugar en que la sangre del león goteó sobre la arena, habría surgido la "flor de Antínoo", el antinóeios (flor de loto de color rojo). Es imposible saber si el acontecimiento se basa en un hecho que tuvo lugar realmente o si se trata simplemente de un añadido posterior para embellecer la vida del personaje.
También las circunstancias de la temprana muerte de Antínoo están entremezcladas con leyendas. Está firmemente establecido que el joven cayó al río Nilo el 30 de octubre del 130 o poco antes, cerca de la ciudad de Besa, en el Egipto medio, y se ahogó ante la mirada de Adriano. Dion Casio y Aurelio Víctor, que escribieron en fecha muy posterior, explican que las circunstancias de su muerte no estaban claras. Según una de las versiones recogidas por los historiadores, la muerte de Antínoo fue un accidente. Según otra versión, Antínoo se habría sacrificado por el emperador, para asegurarle, mediante este sacrificio, una vida larga y afortunada. Antínoo habría sabido por un astrólogo que su suicidio brindaría al emperador la posibilidad de seguir viviendo después del plazo que le había sido asignado por los hados. Retrospectivamente, no puede tampoco descartarse la hipótesis de una intriga palaciega. La esposa de Adriano no debió quedar demasiado afligida por la muerte de su competidor.
Inmediatamente después de su muerte, posiblemente incluso desde el mismo día en que ésta tuvo lugar, Adriano, profundamente dolido, comenzó el enaltecimiento de su joven compañero. En el mismo escenario del infortunado acontecimiento, a orillas del Nilo, en el Egipto Medio, ordenó levantar, según el modelo helenístico, la ciudad de Antinoópolis o Antínoe. La ciudad y sus habitantes recibieron del emperador privilegios y favores completamente inusuales. En la misma ciudad se levantó también, posiblemente, el monumento funerario del favorito imperial. La construcción es mencionada en una inscripción jeroglífica sobre un obelisco hoy emplazado en Roma. Probablemente el obelisco estaba originalmente situado también en Antinoópolis, y simbolizaba el lugar del renacimiento del fallecido, según las creencias del Antiguo Egipto.
Inmediatamente después de la muerte del joven, comenzó su adoración como divinidad o, al menos, como héroe. Los cultos a Antínoo se establecieron sobre todo en las provincias orientales del Imperio Romano, de fuerte impronta griega Esto se debió a varias razones. Ya desde el período helenístico existía la tradición de deificar a algunos hombres después de su muerte. Además, varias ciudades griegas deseaban halagar con ello al emperador amigo de los griegos. Antínoo fue asociado o identificado con dioses como Dionisos. En Egipto, su identificación con Osiris tuvo un significado especial. Solo la muerte por ahogamiento durante la crecida sagrada del Nilo ya implicaba para los egipcios la exaltación: también el dios Osiris se había ahogado en el Nilo, de acuerdo con la mitología egipcia, por lo cual la consagración del joven como "Osiris-Antínoo" u "Osirantínoo" no fue tan sorprendente. Como el gran dios, después de su deificación, Antínoo podía recibir plegarias y curar a los enfermos.
En muchas de las ciudades del Imperio comenzó, poco después de la muerte de Antínoo, la erección de templos y la institución de sacerdocios para su culto. En su honor se organizaron unas competiciones musicales y deportivas, similares a los Juegos Panhelénicos, las Panateneas y los Ptolemaicos, las Antinóeia. Además de Antinoópolis y de la ciudad natal de Antínoo, Bitinio-Claudiópolis, fueron centros del culto de la nueva deidad las ciudades de Alejandría, en Egipto, y Mantinea, en la región griega de Arcadia, así como Lanuvium, en el Lacio. Allí se celebraban cada cuatro años los Grandes Juegos de Antínoo. Por todo el Imperio se han descubierto inscripciones en su honor, además de en Roma, por ejemplo en Lanuvium y en Tívoli. En numerosos lugares se erigieron estatuas y se acuñaron monedas con la efigie del difunto. El filósofo Numenio de Apamea escribió al emperador una Consolatio y los poetas Mesomedes, Ateneo y Páncrates compusieron poemas sobre Antínoo. Además hay constancia de otro poema de autor desconocido. Probablemente el punto más alto en la exaltación del joven de Bitinia llegó cuando se dio su nombre a una constelación.
El culto de Antínoo alcanzó su máximo desarrollo en los años transcurridos entre su muerte (130) y la de su protector, Adriano (138). No ha llegado hasta nosotros cuál fue la opinión de los contemporáneos del emperador sobre este culto casi obsesivo a un hombre. Sin embargo, la devoción parece haber sido en parte auténtica. En la parte oriental del Imperio Antínoo era considerado un héroe a causa de su presunta muerte sacrificial en beneficio de su amigo y protector. Los primeros autores cristianos, sin embargo, lo vieron de forma enteramente distinta. No hicieron referencia ni a su supuesta muerte sacrificial ni a las misteriosas circunstancias de su muerte. Lo juzgaron, en cambio, de forma muy crítica, no exenta de polémica. Por una parte vieron en él a un infeliz dios mítico creado por el hombre, y por otra, como a un efebo amante del emperador, objeto de sus prácticas homosexuales. Antínoo, sobre todo para los Doctores de la Iglesia del siglo IV, se convirtió en un símbolo de la corrupción moral romana y de la irracionalidad de su politeísmo. Pero es lo que tiene toparse con la Iglesia.
Casi en paralelo al redescubrimiento del arte antiguo, durante el Renacimiento se dio también un redescubrimiento de Antínoo. Al comienzo la atención estuvo centrada solo en su representación en el arte, y no en la persona o la leyenda del joven bitinio. Para este redescubrimiento fue decisivo que existiesen numerosas obras de arte en los dominios de la escultura y la numismática, justamente los ámbitos en que comenzó la investigación del arte antiguo. Además, se averiguó también muy pronto que el tipo de Antínoo representaba una muestra particularmente clásica de la escultura de la Antigüedad. Con el tiempo llegarían incluso a ser tomadas por retratos de Antínoo algunas estatuas que en realidad representaban a alguna otra divinidad.
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