¿Quién era Medusa? Perseo no lo sabía, por eso nos detendremos en ella en el momento en el que Perseo se la encuentre.
Perseo se puso en camino, tras haber pactado con el rey Acrisio traerle la cabeza de Medusa. La conversación tuvo lugar sin ningún testigo, puesto que el codicioso rey había insistido en ello pues sabía que cualquier otro advertiría a Perseo de la inutilidad de dicha empresa. Pero para este trabajo contó con la ayuda de un buen espíritu que le guió. La mismísima Palas Atenea bajó del Olimpo para ayudar a nuestro héroe, y es que es sabido que ésta siempre había sentido predilección por los héroes inteligentes y también por los ingenuos, sólo si al mismo tiempo eran inteligentes.
Atenea descendió pues del Cielo y se apareció no como era en realidad, sino que se introdujo sigilosamente en el cuerpo de un humano. Éste se presentó ante Perseo con un escudo como ofrenda. Le dio un escudo de bronce que se había pulido hasta alcanzar un brillo intensísimo; brillaba y resplandecía como un espejo. Al verlo, Perseo que nunca había visto su imagen reflejada, creyó ver que dentro del escudo había un hombre joven. Atenea le replicó que se trataba de su imagen, se trataba de él mismo, aunque a nuestro Perseo le costó entenderlo.
Antes de marcharse, Atenea le dio dos consejos. Le dijo: "a un gran peligro nunca se le mira directamente a los ojos". Y el segundo consejo fue que buscara a las Greas. Las Greas eran mujeres viejas, apestosas, hermanas y guardianas de las Gorgonas. Atenea le dijo a Perseo que debía buscarlas y obligarlas a que te digan, pero con ingenio y astucia, donde moran las Gorgonas. Atenea le mostró el camino hacia las Greas y luego desapareció.
Perseo se puso de nuevo en camino y se fue en busca de ellas, que vivían en alguna parte del África junto a un lago, y a quienes ya desde lejos se podía oler, pues su hedor era nauseabundo. El aspecto que tenían es digno de mención. Las tres mujeres estaban sentadas junto a un lago, entre todas tenían un solo diente y un solo ojo. Pero este diente podía prestarse, igual que el ojo. Así que siempre que una quería morder algo, la que tenía el diente se lo daba, y lo mismo con el ojo.
Perseo se presentó ante ellas. Les dijo que le gustaría saber dónde vivían sus hermanas, las Gorgonas. Pero éstas se negaron a decírselo, e hicieron un par de observaciones obscenas. Aunque Perseo, que ya se imaginaba que eso iba a ocurrir, llevó consigo unas provisiones e hizo como si quisiera sentarse plácidamente a comerlas. Las tres tenían hambre y él les propuso partir los víveres, pues lo que llevaba se podía comer sin dientes. Partió los víveres en tres partes y a cada una de ellas le dio un poco. A una de ellas, que sostenía el ojo en una mano y el diente en la otra, le propuso sostenerlos mientras ella comía. Y una vez que hubieron acabado, Perseo aprovechó la ventaja que ahora tenía para sacar la información que iba buscando. Les dijo que si no le explicaban como llegar hasta las Gorgonas, nunca recuperarían ni el ojo ni el diente. De esta forma les sonsacó la dirección de las Gorgonas. Perseo fue lo suficientemente astuto como para devolverles sólo el diente, el ojo lo tiró al lago, de manera que tuviesen que meterse en el agua para buscarlo.
Luego dejó a las Greas, y las ninfas, que vivían cerca de ellas y que ya desde hacía siglos padecían el hedor de las viejas, estaban muy agradecidas a Perseo por haberlas obligado a saltar al agua y sumergirse. Y como agradecimiento las ninfas dieron tres regalos a Perseo: un manto que volvía invisible al que lo llevaba, sandalias aladas y un gran zurrón.
Las Gorgonas eran tres hermanas que parecían la versión bella de las Greas. Dos de ellas eran inmortales, la otra no, precisamente la más joven y la más hermosa de todas ellas, Medusa. Era mortal pero tan bella que cierto día se vanaglorió de ser más hermosa que Palas Atenea. A ésta no le gustó nada oírle decir eso y transformó a las tres Gorgonas en los seres más feos que hubiesen habitado la faz de la tierra, y de todas ellas Medusa era la más fea. Tenía cabellos como serpientes, la cara hinchada y un trasero como el de un caballo. Eran indescriptiblemente feas, pero también malvadas y peligrosas.
La cabeza de esta malvada, peligrosa y fea Gorgona era lo que tenía que coger Perseo. La Gorgonas estaban durmiendo cuando él llegó. Sacó la espada y cortó la cabeza a Medusa. Había retenido en la memoria todo lo que Atenea le había dicho, así que realizó el corte mirando a la Gorgona en el escudo liso como un espejo. Existía la leyenda de que aquel que mirase a Medusa a los ojos, se convertiría en piedra. Perseo se lo había tomado muy en serio, así que cortó la cabeza de Medusa y la metió en el zurrón que le habían dado las ninfas.
De las gotas de sangre que cayeron de la cabeza de Medusa a la tierra, crecieron hierbas que fueron aprovechadas como remedios curativos o bien como venenos.
Perseo se dirigió de vuelta a casa. Había arrebatado la cabeza de Medusa, así que podría pagar los impuestos. Y voló a lo largo de la costa, sobre sus sandalias aladas.
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